Si uno no puede aceptar que la pieza que esmaltó para que quedase roja, haya quedado verde con un pequeño rubor en algún lugar localizado, trabajar con estos esmlates puede ser realmente molesto. Y con esto no quiero decir que uno no tenga expectativas - sería imposible decidir cómo esmaltar una pieza sin ellas - sino que en este oficio es fundamental poder ver lo que sale del horno más allá de lo que uno espera. Todo un aprendizaje.
Hay esmaltes que dan resultados bastante constantes y no dependen demasiado de la atmósfera del horno pero hay otros, como los Shino, que sí y eso es, justamente, lo que los hace fascinantes. Si uno se toma el tiempo de observarlos, estudiarlos y entenderlos, puede explorar algunas de sus sutilezas y jugar con ellas.
Estas fotos muestran piezas del mismo barro, esmaltadas con el mismo esmalte. En una hubo una buena reducción en el lugar del horno donde estaba y en la otra no. (Imaginen lo que es pintar algo con anaranjados y amarillos y que al salir del horno haya blancos y negros. Muchas veces uno ni reconoce la pieza).
Los esmaltes rojos de cobre son otros que pasean del borravino, al blanco, del rojo intenso (conocido como sangre de buey) al verde. Todo depende del lugar por donde circuló la llama de los quemadores del horno.
Algunas de mis piezas favoritas son piezas que no me gustaron para nada cuando salieron del horno sólo por haber estado esperando otro resultado. En esos casos lo que hay que hacer es dejarlas de lado hasta olvidarse de lo que se esperaba y volver a verlas cuando uno se olvidó de lo que ¨deberían haber sido¨. Creo, por mirar las cosas desde este oficio, que apegarse a las expectativas es el peor enemigo de la felicidad.
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